La literatura de espionaje ha albergado multitud de villanos memorables, pero pocos con la hondura psicológica y el aura casi intangible de Dimitrios Makropoulos, antagonista de La máscara de Dimitrios (1939), la célebre novela de Eric Ambler. Publicada en el tenso clima de entreguerras, la historia presenta un criminal que, más allá de ser el “malo de turno”, encarna la ambigüedad moral y la corrupción sistémica de una Europa herida por la Primera Guerra Mundial y a punto de sucumbir al caos de la Segunda.

Un cadáver que inicia el enigma

El punto de partida de la novela —la aparición del cadáver de Dimitrios en una morgue de Estambul— funciona como detonante de la curiosidad de Charles Latimer, escritor de novelas de misterio. Sin embargo, en lugar de finiquitar la historia, ese cuerpo sin vida abre una trama cada vez más oscura.

“¿Quién era este hombre cuyo nombre parecía registrar una docena de crímenes sin castigo?”
Así se cuestiona Latimer en las primeras páginas, reflejando la mezcla de fascinación y terror que sentirá a lo largo de toda la novela.

Dimitrios carece de un origen claro: se dice que nació en Grecia, que transitó por los bajos fondos de los Balcanes, que adoptó identidades en Francia y que incluso ejerció espionaje para distintos países. Tal como lo pinta Ambler, no es un pistolero que se exponga en primera línea, sino un titiritero. El coronel Haki, figura clave de la historia, enfatiza:

“El verdadero criminal rara vez es quien dispara la bala, sino quien paga por ella.”

Ambler y el realismo sucio del espionaje

Eric Ambler se alejó del glamour de algunos espías literarios de su época para sumergirnos en un universo en el que la frontera entre héroe y villano se desdibuja con facilidad. Con un estilo sobrio y un ritmo calculado, Ambler va develando la conexión entre delitos comunes y maniobras políticas.
En comparación con autores como Graham Greene —quien también exploró la culpa, la fe y la traición—, Ambler pone el foco en la maquinaria corrupta que opera tras la fachada de la diplomacia y el comercio internacional. Su escritura, considerada “premonitoria” por críticos de la época, presagia la crudeza de los años de la Segunda Guerra Mundial.

La Europa de entreguerras: terreno fértil para el crimen

La novela refleja una Europa sumida en crisis. La Gran Depresión, el auge de regímenes autoritarios y la desconfianza generalizada en las instituciones crean un caldo de cultivo ideal para personajes como Dimitrios, que prosperan en la penumbra.

“Un hombre que se reinventa en cada frontera, protegido por funcionarios corruptos y por el miedo de la gente honesta.”
Esta frase aparece como un susurro en la investigación de Latimer, denunciando la complicidad de un sistema que, en lugar de perseguir a los criminales, a menudo los necesita para mantenerse a flote.

El juego del cazador y la presa: Latimer y su obsesión

Charles Latimer se sumerge en la vida de Dimitrios por pura curiosidad intelectual, pero pronto se ve atrapado en una investigación que lo confronta con la peor cara de la condición humana. Al tratar de desentrañar la verdad, Latimer va descubriendo cómo la línea entre el bien y el mal se difumina peligrosamente.
Esta tensión psicológica recuerda a las grandes obras del género en que el perseguidor se vuelve, paulatinamente, la presa. Ocurre algo similar con George Smiley y Karla en las novelas de John le Carré, y esa sensación de que la búsqueda de la verdad puede corroer la integridad del investigador añade un elemento trágico y profundo a la trama.

Perspectiva crítica: recepción y legado literario

La máscara de Dimitrios tuvo una recepción positiva entre críticos contemporáneos, que alabaron la capacidad de Ambler para retratar la confusión de la Europa de los años 30 sin caer en tópicos simplistas. Graham Greene elogió en más de una ocasión la sobriedad de la prosa de Ambler, destacando su talento para “desenmascarar los juegos de poder con una mirada desapasionada y casi quirúrgica”.
Con Dimitrios se inaugura una tradición de villanos que, lejos de ser megalómanos con ansias de destrucción mundial, se erigen como figuras frías, pragmáticas y capaces de encajar en la maquinaria internacional del crimen. Esta influencia se rastrea en:

  • Karla, el némesis de George Smiley en John le Carré, un enigma operando tras bastidores.
  • Ernst Stavro Blofeld, quien construye su imperio en las sombras, siempre escurridizo.
  • Keyser Söze, el personaje central de Los sospechosos de siempre, cuya existencia misma parece envuelta en rumores.

Crimen, supervivencia y ambigüedad moral

La gran pregunta que sobrevuela el libro —y que el artículo anterior apenas rozaba— es si Dimitrios es un “hijo” de su época o un hombre sin escrúpulos que se aprovecha de cualquier coyuntura. Probablemente ambas cosas: Ambler no da una respuesta cerrada, dejando que el lector reflexione sobre la delgada línea que separa a los victimarios de las víctimas cuando el tablero económico y político está lleno de trampas.
La propia naturaleza de Dimitrios, su disposición a vender secretos a quien pague mejor y su renuncia a cualquier clase de ideología más allá de su propia conveniencia, resuenan en un mundo como el actual, donde la información es moneda de cambio. Esa vigencia explica por qué muchos expertos consideran a La máscara de Dimitrios como una de las primeras novelas de espionaje “modernas”.

Un referente inevitable del género

Al terminar la lectura, uno no puede evitar preguntarse cuántos Dimitrios siguen actuando en la sombra, protegidos por redes de corrupción y por la indiferencia de las instituciones. El gran logro de Ambler es dejarnos con la inquietud de que los verdaderos “maestros del crimen” no llevan un cartel que diga “villano”, sino que a menudo se camuflan detrás de documentos y fronteras.
De ahí la pertinencia de esta novela, que trasciende su tiempo y nos interpela sobre la elasticidad moral de la sociedad. Como bien apuntó un crítico de la época:

“La máscara de Dimitrios es la máscara de nuestro mundo moderno, curtido en guerras y crisis, donde la astucia lo es todo y la inocencia encuentra pocos lugares donde refugiarse.”

Esta reflexión final, casi profética, demuestra por qué Dimitrios no ha dejado de ser un referente en el género y por qué Ambler ocupa, con todo derecho, un lugar de honor entre los grandes nombres de la literatura de espías. Su novela no solo presenta una historia de intriga bien construida, sino que eleva el debate sobre la naturaleza del bien y del mal, envolviéndonos en un suspense que, incluso décadas después, sigue palpitando con fuerza en cada página.