En las sombras de un atardecer, en un estudio de París, repleto de libros y recuerdos que parecen contener el aliento del tiempo me encuentro con Víctor Hugo. Un gigante no solo de la literatura francesa sino también de la conciencia humana.

El aire está saturado de una mezcla de tinta, papel y la sabiduría que solo los años y la profundidad del pensamiento pueden conferir a un espacio. Aquí, donde las paredes susurran historias de revoluciones y romances, de tragedias y triunfos, se siente la presencia de Nuestra Señora de París como un eco persistente en cada rincón. Hugo, con su mirada que ha contemplado tanto la belleza como la fealdad de la humanidad, se sienta con una dignidad que trasciende lo ordinario. Su presencia es un recordatorio palpable de que las palabras pueden, de hecho, cambiar el mundo.

A medida que la conversación comienza, hay una sensación de estar a punto de desentrañar los hilos del tiempo, de explorar los rincones más profundos del alma humana a través de los ojos de alguien que no solo observó su época, sino que la moldeó con sus propias manos.

Aventunauta: «Sr. Hugo, su época fue un torbellino de cambios. ¿Cómo se entrelaza esto con la trama de Nuestra Señora de París?»

Hugo: Con una sonrisa reflexiva y un brillo en los ojos que revela una profunda conexión con su obra «Ah, el siglo XIX… una época que se debatía entre el furor de la revolución y el anhelo de restauración, un tiempo donde el viejo mundo chocaba con el nuevo. Mi obra es un testamento vivo de esos tiempos convulsos. En cada página, en cada línea, he tejido la esencia de esos días turbulentos. Notre-Dame no es solo una estructura arquitectónica, sino un símbolo de la lucha entre la tradición y la modernidad. Mis personajes, desde el solitario Quasimodo hasta la desdichada Esmeralda, son más que figuras de una historia; son la personificación de la humanidad atrapada entre un pasado que se resiste a desvanecerse y un futuro incierto. En Nuestra Señora, he intentado no solo contar una historia, sino también evocar una resonancia emocional profunda, que trascienda el tiempo y hable tanto a los corazones del pasado como a los del presente.»

Aventunauta: Inclinándose hacia adelante «Y su infancia, ¿Cómo sembró las semillas para tales obras?»

Hugo: Mirando al vacío «Fue una infancia fragmentada, marcada por el conflicto de mis padres. Esto, creo, me enseñó a ver las grietas en nuestra sociedad, las mismas grietas que trato de sanar a través de mis palabras. Cada personaje, cada gárgola de Notre-Dame, lleva un eco de esa infancia.»

Aventunauta: «Sus primeras obras, ¿fueron el preludio de ‘Nuestra Señora’?»

Hugo: Con energía «¡Por supuesto! Cada línea que escribí fue un paso hacia Nuestra Señora de París. Comencé con el drama romántico y la poesía, y cada palabra fue un aprendizaje que me condujo a la magnificencia de Notre-Dame.»

Aventunauta: Con admiración «Chateaubriand, Shakespeare… su obra respira sus influencias.»

Hugo: Asintiendo «Ellos fueron los pilares sobre los que construí mi mundo literario. En ‘Nuestra Señora’, verás la tragedia shakespeariana entrelazada con la melancolía de Chateaubriand creando un tapiz literario que refleja las complejidades de la condición humana. Cada palabra es un puente sobre las aguas turbulentas de la experiencia, desnudando las almas de mis personajes para reflejar la esencia misma de la vida. La melancolía de Chateaubriand, como un susurro entre hojas antiguas, se entrelaza con la fuerza trágica de Shakespeare, revelando verdades crudas. En este viaje literario, busco ofrecer un espejo donde los lectores confronten sus emociones, explorando la fragilidad de la memoria y la inevitable marcha del tiempo, con un compromiso profundo con la humanidad y la búsqueda incansable de la verdad y la comprensión.»

Aventunauta: Suavemente «Sus experiencias personales, ¿Cómo se reflejan en sus personajes?»

Hugo: Con una mirada distante «Mi vida ha sido una tapeztry de alegría y dolor. En cada personaje de ‘Nuestra Señora’, hay un fragmento de mi alma. Quasimodo, por ejemplo, es mi soledad personificada, mientras que Esmeralda es la belleza y la tragedia de mis amores perdidos.» Aventunauta: «Su activismo político, ¿Cómo lo vemos en ‘Nuestra Señora’?»

Hugo: Enérgicamente «Siempre he luchado por la justicia y la libertad. ‘Nuestra Señora’ no es solo una novela, es un grito contra la opresión, un llamado a la compasión y al cambio.»

Aventunauta: Curiosamente «En su novela, ¿es París un personaje más?»

Hugo: Con pasión «¡Exactamente! París es el corazón palpitante de la novela. Es el alma de ‘Nuestra Señora’, con sus luces y sombras, su esplendor y su miseria. Sus luces destellan como estrellas, iluminando destinos entrelazados, mientras sombras en callejones contrastan con la piedra fría de los edificios. Cada descripción es un pincel que da vida a la ciudad, desde Notre-Dame hasta los bulliciosos márgenes del Sena. Mi conexión con París es más que literaria; es un lazo emocional profundo. En cada palabra, transmito la intensidad de mis emociones y mi propósito de revelar la verdad de la condición humana en esta ciudad que late con vida propia, testigo silencioso de los anhelos y desdichas que despliego en Nuestra Señora.»

Aventunauta: Admirando una copia de ‘Nuestra Señora’ «Esta obra es la esencia del romanticismo, ¿no es así?»

Hugo: Con orgullo «Sí, es el romanticismo en su forma más pura. Una celebración de las emociones humanas, una lucha contra la rigidez de las normas. En ella, el amor, el sufrimiento, la belleza y la fealdad se entrelazan en un tapiz vívido de la experiencia humana.»

Aventunauta: «Cada personaje, cada evento, parece respirar vida a este movimiento. ¿Cómo utilizó los elementos románticos para explorar temas más profundos de amor, justicia y marginación social en su novela?»

Hugo: Con una mirada intensa y reflexiva «El romanticismo, para mí, siempre ha sido un medio para explorar las profundidades del alma humana. En Nuestra Señora de París, cada personaje es un reflejo de las pasiones, las luchas y los anhelos más profundos que residen en todos nosotros. El amor, en sus múltiples formas, desde la devoción pura hasta la obsesión destructiva, es un tema recurrente en la obra. Por medio de estos personajes y sus relaciones complejas, busco desentrañar las contradicciones inherentes al ser humano.

Aventunauta: «Un último pensamiento para nuestros lectores…»

Hugo: Mirándome directamente «Que nunca dejen de buscar la verdad, que se atrevan a soñar y a desafiar. Que vean en Nuestra Señora de París no solo una historia, sino un reflejo de su propia lucha y belleza.»

Aventunauta: Intrigado «Durante su tiempo, ¿Cómo fue recibida su obra?»

Hugo: Con una risa ligera «Fui tanto la comidilla como el paria. Algunos vieron genialidad, otro desdén. Pero eso es lo hermoso del arte, ¿no es así? Cada generación encuentra su propio significado en él.»

Aventunauta: Con un guiño «¿Alguna anécdota curiosa durante su escritura?»

Hugo: Con una sonrisa «Ah, sí. Cada día, caminaba por las calles de París, observando, escuchando. Las piedras de Notre-Dame me susurraban historias del pasado, historias que plasmé en cada página…»

La charla con Víctor Hugo llega a su fin, pero las palabras, cargadas de emociones y sabiduría, resuenan en el aire mucho después de que el silencio se haya asentado. En esta habitación, donde cada libro y cada sombra parecen haber absorbido algo de su espíritu, queda claro que Nuestra Señora de París es más que una obra literaria: es un viaje a través de las luces y sombras de la condición humana.

Al levantarnos para partir, Hugo me mira con una intensidad que parece trascender la barrera del tiempo, como si instara a cada lector a sumergirse en las páginas de sus obras, no solo para explorar la belleza y el dolor de su mundo, sino también para reflejar y encontrar en ellos un espejo de sus propias vidas y luchas.

Al alejarse su figura, queda una invitación tácita pero irresistible: abrir su libro es abrir una puerta a un mundo donde cada emoción, cada conflicto y cada personaje resuena con una verdad que es, a la vez, profundamente personal y universalmente humana. Y en esa invitación, hay una promesa: la experiencia de leer Nuestra Señora de París es un viaje que no solo ilumina el pasado, sino que también arroja luz sobre el presente y el futuro. El Jorobado de Notre-Dame de Zenda-Edhasa  

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